VIDA RELIGIOSA

El fraile dominico en su vida religiosa profesa la regla de San Agustín que comienza señalando el precepto del amor bajo el lema tengan una sola alma y un sólo corazón en Dios”, por tanto, por nuestra consagración nos abrazamos y nos comprometimos a vivir la vida que Cristo vivió, una vida caracterizada por el amor en la unidad y comunión con el Padre y el Espíritu, y en cuyo plan de salvación su encarnación, misión, muerte y resurrección manifiestan el infinito amor por los hombres, sus hermanos.

Como dominicos no poseemos nada a título personal, todo se pone en común y recibimos lo que necesitamos del fondo común. Nuestra vida se caracteriza además por la vivencia radical de nuestro bautismo en clave en y desde el carisma dominicano. Los frailes aprendemos a aceptarnos y estimarnos unos a otros.

El carisma de Domingo está orientado a la predicación buscando llevar el mensaje revelado a todos los que no han oído de Él; pero, además esta predicación se hace desde y en nombre de la comunidad como expresión de la comunión que buscamos y en la que participamos por nuestra incorporación al Cuerpo Místico de Cristo.

Los frailes hacemos explícitamente solamente el voto de obediencia, si bien el de pobreza y castidad no se excluyen. Los frailes dominicos profesamos obediencia al Maestro de la Orden y sus sucesores conforme a nuestras Constituciones (LCO), expresión de la unidad y del espíritu y misión de la Orden. Por el voto de obediencia queremos imitar a Cristo, que fue obediente y se sometió a la voluntad del Padre hasta la muerte. Bajo este voto, obedecemos a nuestros superiores y de igual manera estamos sometidos al Romano Pontífice, cabeza de la Iglesia y el primero entre el colegio episcopal de los obispos.

Santo Domingo fue un hombre casto que acogió con caridad y compasión en su corazón a todos los hombres. Es por ello que el voto de castidad manifestamos nuestra voluntad de ser libres para consagrarnos totalmente por amor a la construcción del reino de los cielos. Con este voto unificamos nuestro corazón y nos entregamos enteramente al cuidado de la Iglesia. La castidad es manifestación del amor, libera nuestro espíritu y purifica nuestro corazón.

El voto de pobreza ayuda a los frailes a poner sus ojos y esperanza en el supremo bien del cielo y nos configura con Cristo. La pobreza evangélica nos une a los pobres y nos ayuda a despreocuparnos de las cosas del mundo. El fraile dominico promete en su profesión no tener nada para sí, y lo recibido por su trabajo se usa para el bien de la comunidad, de la Orden y de la Iglesia.

La observancia regular incluye todos aquellos elementos básicos que constituyen la vida dominicana y que ayudan a los frailes en el seguimiento de Cristo y en su vida apostólica. Estas son: la vida común, la celebración de la liturgia, la oración privada, el cumplimiento de los votos, el estudio contemplativo y asiduo de la verdad y la predicación por el misterio de la palabra, escrito y testimonial en sus múltiples facetas.

La clausura, el silencio, el hábito y las obras de penitencia ayudan al fraile a entregarse a la contemplación y al estudio. La vida interior y los frutos de la predicación presuponen una conversión constante del corazón y de la mente en un proceso de encuentro, de amistad y de comunión con el que providencialmente llama a la seguirle y con cuya ayuda confiamos ser instrumentos en sus manos para llevar a cabo la misma misión que Él recibió del Padre y que Domingo entendió que era necesaria para el bien de la iglesia.

Pero todo ello no será posible a menos que entremos en esa alianza y dinámica de escucha atenta y humilde disposición a escuchar y ser catequizados por la Palabra que deseamos comunicar.

BIBLIOGRAFÍA

Libro de las Constituciones y Ordenaciones de la Orden de Predicadores. Málaga – Madrid, 1999 (en español)