¿ERES FELIZ? fr. Fausto Gomes OP

Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 

¿ERES FELIZ?

En sus visitas a los hermanos, el Maestro de la Orden de Predicadores Timothy Radcliffe  iniciaba su diálogo con esta pregunta; “¿Eres feliz?”  .

Todos queremos ser felices. El deseo universal de felicidad es natural –y no libre.: “Querer ser felices no es un objeto de decisión…” Además,  “Toda decisión moral libre es una búsqueda de la felicidad” (Tomás de Aquino, Suma Teológica). Desafortunadamente, muchos no somos felices.  Como decía A. Camus: "Los hombres mueren y no son felices". Y no somos felices - al menos, relativamente felices - porque quizás buscamos la felicidad en lugares donde no se encuentra, en lugares utópicos. Quizás, muchos de nosotros ponemos nuestros ojos en objetos, cosas, personas que no nos hacen– no pueden hacernos- plenamente felices, aunque puedan contribuir a nuestra felicidad. ¿Cuáles son los objetos en los que los humanos suelen buscar la felicidad?  El dinero, el poder, el placer, los honores, la fama, la ciencia, etc.

BUSCANDO LA VERDADERA FELICIDAD

Los grandes filósofos y líderes religiosos nos muestran con su vida y sus enseñanzas  el camino de y hacia la felicidad: ellos son, generalmente, los seres más felices de la tierra. Para Sócrates, por ejemplo, saber los que es correcto implica necesariamente llevarlo a cabo: “El que sabe lo que es correcto lo realizará, ya que ¿por qué razón escogería no ser feliz?” Sin lugar a duda, todos queremos ser verdaderamente felices, esto es, “viviendo correctamente y haciendo el bien, ya que esto es similar a ser feliz” (Aristóteles, Ética a Nicómaco).

Siguiendo a Aristóteles, el Aquinate nos dice que "todo agente actúa por un fin", y consiguientemente el fin -el fin último, realmente- es lo primero que necesitamos saber antes de poder caminar con sentido. Recuerdo la frase del filósofo  Séneca: "No hay viento favorable para quien no sabe adónde va". En su búsqueda apasionante de la felicidad plena, Santo Tomás se acerca al dinero, al placer, al poder, a la ciencia, para concluir que estos objetos pueden y deben contribuir a nuestra felicidad, pero ni son suficientes ni son los principales para hacernos verdaderamente felices.

La felicidad que predica y vive Jesús, por otra parte, es muy distinta de la que predica nuestro mundo individualista, secular y consumista. Jesús nos habla de las bienaventuranzas (cf. Mateo cap. 5) como camino de y hacia la felicidad plena. ¿Cómo ser bienaventurados, felices? Esforzándose por ser pobres de espíritu, compasivos, pacíficos, mansos, sufridores por la justicia y la no violencia, y personas que perdonan incluso a sus enemigos. Para San Agustina, las Bienaventuranzas – la médula del Sermón de la Montaña - son la respuesta de Jesús al deseo universal la felicidad. Como se ha dicho correctamente, las Bienaventuranzas son ocho formas de felicidad.

LA VIRTUD, EL AMOR, DIOS

El camino hacia la felicidad no puede ser el mal, el odio, la violencia, el egoísmo, el éxito. “El mal (ético) es siempre una degradación, un hundimiento" (José Antonio Marina). Palabras con autoridad: «La calma y una vida modesta trae más felicidad que la persecución del éxito combinado con agitación constante” (Albert Einstein).

Una vida buena es una vida ética. Por ello, "Es criminal que se elimine la enseñanza de la ética en las escuelas". (José Antonio Marina, Ética para náufragos). Una vida ética es una vida virtuosa, esto es, una vida que practica desde el corazón los valores morales. Tomas de Aquino inicia su teología moral con el tratado de la bienaventuranza -o la felicidad- como el fin del camino que andamos por el sendero de las virtudes. Para Santo Tomás, el fin último es la bienaventuranza, la felicidad plena, el bien supremo. Aristóteles nos dice que la felicidad es el premio a la virtud La felicidad, añade el Aquinate, "consiste en la práctica de la virtud". La práctica de  las virtudes mejora la visión moral de la vida – y la felicidad

 Las virtudes, o firmes inclinaciones hacia el bien, se adquieren a través de la repetición de los actos buenos correspondientes (la compasión a través de actos compasivos repetidos).  En perspectiva cristiana, las virtudes teologales son solo infusas –Dios es su fuente- mientras que la virtudes morales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, etc.) pueden ser adquiridas y también infusas,  y acompañan en el alma en gracia a la fe, la esperanza y la caridad y a los dones del Espíritu Santo..

    Las virtudes -hábitos buenos- están conectadas unas con otras. Una virtud, sin embargo, sobresale sobre las demás a las que vivifica: el amor. En perspectiva ética, sin amor, todo vale poco. Por ello, la búsqueda de la felicidad –a niveles humano y cristiano- es una búsqueda continuada del amor. El amor, que significa radicalmente salirse de uno  mismo, de nuestro inflado ego,  es el valor y la virtud humana y cristiana más grande y perfecta.  

Para todos los humanos, el egoísmo torpedea el caminar por y hacia la felicidad. Para el creyente, el centro de su vida no es ni él mismo ni ella misma sino Dios, y en Dios todos los otros. Consciente o inconscientemente, el deseo natural hacia la felicidad plena, hacia un amor infinito es Dios: nuestra búsqueda de la felicidad es una búsqueda misteriosa de Dios, que puso en nuestros corazones ese deseo natural de felicidad. Para el Obispo de Hipona, la moralidad es la búsqueda de la felicidad, esto es, de Dios, que quiere que seamos felices. No solamente eso, pues Él quiere que compartamos su felicidad divina: el hombre, criatura de Dios,  está llamado por Dios, como hijo suyo a una intimidad con Él y a compartir su felicidad” (Vaticano II, GS 21). Por lo tanto, “Solamente hay una felicidad: agradar a Dios. Solamente una tristeza, no agradarle, negarle algo, dejarle” (Thomas Merton, The Seven Storey Mountain). Ciertamente, "Solo Dios basta” (Santa Teresa de Ávila).

¿Eres feliz? ¿Soy feliz? El camino de la vida avanza hacia adelante solamente con pasos de amor, de amor a todos los prójimos, especialmente a los pobres y marginados, amor a la creación, y radical y últimamente  amor a Dios -con el amor de Dios en nuestros corazones: “Nos has hecho para Ti y nuestros corazones están sin descanso hasta que descansen en Ti” (San Agustín, Confesiones).