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España: Saludo de Pascua del Provincia

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Hebreos 2: 9-10

Vemos a Jesús coronado de gloria y honor porque sufrió la muerte, para que por la voluntad misericordiosa de Dios pudiera gustar la muerte por el bien de todos los hombres. De hecho, era apropiado que al llevar a muchos hijos a la gloria, Dios, para quien y por quien existen todas las cosas, perfeccionara la obra salvadora de su Hijo a través del sufrimiento.

Este año la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús no solo nos recuerda por los sufrimientos que Jesús soportó durante la sangrienta aprehensión, injusta condena y cruel pasión y muerte, sino también por la experiencia de la pandemia del Covid 19 que causó casi 3 millones de muertes y nos ha dejado y continúa infectando a millones de hombres mujeres y niños en todo el mundo y está causando estragos y daños económicos de proporciones catastróficas sin signos de de que se acerque el final a menos de que la vacuna se generalice. Asimismo, hemos sido testigos de revueltas políticas, violencia y guerras que provocaron sufrimiento, hambre, violencia, exploración, migración e innumerables males causados por la vilencia y las dictaduras injustificadas con los consiguientes efectos catastróficos para la economía mundial agravadas por los aforos, confinamientos y restricciones impuestas por el encierre perimetral y las restricciones económicas para evitar la expansión de la infección que, desde hace más de un año, ha provocado tanta devastación y destrucción. En ocasiones también hemos sido testigos de la irresponsabilidad y falta de cooperación de algunos sectores para cumplir con las medidas destinadas a ayudar a proteger a la población de la propagación del virus.

Los hospitalizados y la mayoría de las víctimas han fallecido solos y sin la presencia de sus familiares cercanos que no pudieron ni siquiera acompañarles en el momento de su entierro. Por eso, como Jesús en la cruz hemos clamado: “Padre, deja pasar este cáliz, pero no se haga nuestra voluntad, sino la tuya”.

Si bien Jesús estaba seguro del plan del Padre, nosotros nos enfrentamos a la incertidumbre y a una fe débil, aunque dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, pero sin poder entender hacia dónde nos dirigimos y cuándo terminará.

Durante esta agonía e incertidumbre, hemos comprendido el dolor de la Madre de Jesús y el de sus discípulos y fieles seguidores llamados a presenciar con impotencia lo que se había predicho del Mesías.

La noticia de la resurrección y del sepulcro vacío disiparon las tinieblas de la agonía en la cruz, pero si ese no era el final, necesitaba confirmar su resurrección con el saludo: “La paz sea con vosotros” y el testimonio de los diferentes testigos: “¡Es cierto, el Señor ha resucitado!”.

Unamos nuestra oración a la de toda la familia humana para que a través del misterio de la resurrección podamos ver un mundo mejor, libre de violencia y explotación y que nuestra fe pueda crecer y ser capaz de comprender el misterio oculto del plan de Dios de salvación, a través de la cual nos hemos convertido en verdaderos hijos y hemos recibido la gran misión de “ir y predicar el Evangelio a toda la familia humana”.

La Pascua es una oportunidad para meditar sobre el gran misterio de la alianza entre Dios y el hombre que se realiza por la obediencia del Hijo de Dios hasta la muerte. Como Dominicos, estamos llamados a emprender una profunda y auténtica renovación de nuestra vida religiosa y misión en el centenario del tránsito de nuestro  Padre. Ésta es una maravillosa oportunidad para renovarnos en el carisma que hemos profesado y en la misión específica de la Orden: La Predicacacíon. Se necesita cada vez más en un mundo todavía demasiado alejado de la fraternidad universal que es el mensaje central del Evangelio sea predicado con autoridad y convicción.

Como dominicos, estamos llamados a asumir con seriedad y fidelidad la misión de predicar, aunque sólo sea porque nuestro carisma dominicano abraza lo que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Nos comprometió a predicar a la gente y a dar testimonio de que Él es el designado por Dios." Eso será posible cuando reconozcamos que todavía no hemos sido verdaderamente evangelizados por la Palabra y completamente transformados con su luz. ¡Que su poder y su vida enciendan en nosotros el fuego ardiente y transformador de su Palabra y misión!

¡Unámonos a toda la Iglesia y cantemos con alegría ALELUIA, EL SEÑOR HA RESUCITADO! ¡ALELUYA! No lo busquemos entre los muertos. "No está aquí, ha resucitado" (cf. Lc. 24, 6), pero al mismo tiempo hemos de experimentar la paz de las palabras de Jesús: "¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!"

Que el Aleluya y la alegría de los apóstoles durante las diferentes apariciones de Jesús después de su resurrección nos ayuden a descubrir el sentido de nuestra vida, de nuestra vocación y de nuestro ministerio para que también nosotros podamos decir con los discípulos en Emaús. "¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino?" (Lc. 24, 32).

¡Felices Pascuas para todos! Que Jesús traiga paz, amor y justicia al mundo, particularmente para algunas de nuestras presencias donde la incertidumbre política y la libertad religiosa están restringidas.

 

Fray Bonifacio Garcia Solis OP

Prior Provincial