Queridos Hermanos,
Que Dios nos conceda su bendición, paz y amor al conmemorar el gran misterio de nuestra redención y el cumplimiento de la mayor prueba de amor de nuestro Padre celestial, el Creador y el Misericordioso. Aunque algunas veces nos sintamos abandonados frente a las incertidumbres de la vida y en la presencia de la pandemia mundial del Covid 19, que continúa afectando a tantas familias y ha ocasionado más de un millón de muertes e incontables sufrimientos. Volvamos nuestros ojos al que nace en Belén y recordemos las palabras del profeta Isaías: “Aquí Esta tu Dios”.
Durante el Adviento, al preparar el camino del Señor, hemos vuelto a constatar dos aspectos de la verdadera conversión. Si es difícil cambiar temperamento, psicología, convicciones, relaciones humanas e historia, es más desafiante alcanzar la verdadera conversión. Ésta no se alcanza sin que Él actúe en nosotros y nos otorgue la gracia de la conversión cuando y como Él lo desee. Pero Dios no actúa a menos que con humildad y generosidad colaboremos con su acción, porque para salvarnos y redimirnos respeta el don de la libertad. Libertad que llevó al pueblo escogido a rechazar su venida, porque no era el Mesías que ellos esperaban.
El 8 de diciembre el Santo Padre ha publicado la carta apostólica “Patris Corde” (Con corazón de Padre) para conmemorar el 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia.
El misterio de la Navidad no puede separarse de la cooperación e interacción de las tres personas involucradas en el plan divino: María, Jesús y José. José fue elegido como guardián y protector de la Sagrada Familia, y por ello acudimos a él para que nos apoye, proteja y guíe en estos tiempos difíciles. Su fe, su humildad, sus dudas y su entrega a la voluntad de Dios son un ejemplo para creyentes y no creyentes que abogan por los valores de la familia, de la paz, de la armonía y del orden en la sociedad que nos rodea. Como esposo de María y guardián del Hijo de Dios, San José condicionó su vida a cumplir con las exigencias de su vocación en una oblación sobrehumana de sí mismo. Puso todo su ser al servicio del Mesías que crecía silenciosamente en su hogar. También nosotros estamos llamados a convertirnos en guardianes y predicadores del Evangelio con una consagración más radical en nuestro caminar y una entrega sin reservas a la voluntad de Dios. Nuestra vocación requiere disponibilidad y voluntad para ser testigos y predicadores de la VERDAD.
San José ha de orientar la celebración de la Navidad y llevarnos a la acogida de María como modelo de santidad y a imitar su “fiat” incondicional que la asoció, más allá del entendimiento humano, al misterio de la misión redentora de Jesús. Nueve meses de espera, treinta años de vida familiar conviviendo con el Hijo de Dios, tres años reflexionando sobre cada palabra que salía de la predicación de su hijo, un día de sufrimiento camino del calvario y tres días esperando su resurrección, sumergida en la más profunda agonía y esperanza de lo que había creído desde el momento de la encarnación. Cuarenta días de gozo, aunque los Evangelios no lo digan, después de la resurrección, y el gozo final de saber que había vuelto al lado del Padre. Estos se convirtieron en su pasaporte para el papel de madre de la Iglesia.
Al unirnos a ella en el misterio del nacimiento de Jesús, experimentemos el amor, el asombro y la esperanza. Que el nacimiento del Hijo de Dios continúe siendo signo del amor del Padre por la humanidad. Que la gran noticia proclamada por el ángel a los pastores resuene en lo más recóndito de nuestro ser al apropiarnos y hacer nuestro el saludo de los Ángeles a los pastores: “Gloria a Dios en los cielos y paz a los hombres de buena voluntad”. Unámonos también a los pastores en la adoración del recién nacido en la pobreza de un silencio contemplativo mientras recordamos que fue recibido con gran indiferencia por quienes esperaban la venida del Mesías.
No podemos negar nuestras incertidumbres no solo en cuestiones de fe sino también en la vida práctica, no podemos ignorar desafíos, éxitos y vacilaciones en tantas decisiones cuando no podemos encontrar y ofrecer la respuesta que desearíamos y otros añoran a situaciones personales, organizativas, eclesiásticas y políticas. Deseamos ver con claridad pero estamos rodeados de ideas y opciones contradictorias. Éste, me temo, fue el caso de José y María a medida que se desarrollaba la historia del nacimiento de Jesús y se vieron forzados a tomar decisiones impensables porque el mundo se volvió contra Aquel que se convertiría en luz del mundo y redentor de la familia humana.
La Navidad no es un tiempo vacío. Es don y manifestación del misterio de Dios a favor y para el hombre y es una llamada a recibir y actuar, a anunciar y vivir el silencio de Dios con el dinamismo de su gracia.
Vayamos, como los pastores, a presenciar y contemplar el misterio de paz y salvación en todas sus dimensiones junto al pesebre de Belén. La vida es un regalo y una oportunidad en la que tenemos que asumir la misión para la que también hemos sido elegidos.
¡Ven, Señor, no tardes! Has venido a redimirnos y salvarnos. Tu gracia transforma nuestras vidas, tu perdón borra toda culpa, tu presencia endereza caminos torcidos y tu paz llena nuestro ser. Que la luz de tu estrella guíe nuestro camino, que tu Palabra ilumine nuestras mentes y aumente nuestra poca fe, que seas el camino que nos lleve a proclamar que eres el único salvador. Y porque por amor nos trajiste a la existencia muéstrate de tal forma que sintamos la necesidad de unirnos a ti y haznos instrumentos de tu paz y salvación.
Dado que las palabras no pueden cambiar nuestro corazón, les encomiendo a la gracia de Dios para que podamos convertirnos en sus verdaderos hijos en espíritu y en verdad y ofrezcamos unos a otros la posibilidad de un nuevo comienzo de palabra y de obra. Esto es posible con el poder del Espíritu Santo y un tiempo de recogimiento personal en presencia del misterio que conmemoramos. Es solo allí donde podemos escuchar más allá del nuestro yo para ver donde la capacidad humana no alcanza. Porque si el Señor no construye la casa en vano trabajan los albañiles.
¡Que el Señor nos conceda una feliz y santa celebración de la Navidad mientras continuamos en el camino de la vida, donde hemos de ser instrumentos del plan de salvación de Dios para la humanidad! ¡Que esta Navidad marque la celebración en la fe del VIII centenario de la muerte de nuestro Santo Padre Domingo!
Fray Bonifacio García Solís, OP